miércoles, noviembre 12, 2025
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Cuando la operación se vuelve rehén: el costo invisible de la falta de cultura de servicio

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La falta de estructura operativa produce un efecto inmediato: los hechos concretos de la operación se diluyen y se transforman en excusas.

Jorge Obregón.

Lo que pudo haberse resuelto con una instrucción clara o una decisión oportuna se convierte en un rosario de justificaciones que circulan entre departamentos, buscando siempre a quién culpar.

“Así me dijeron que se hacía”, “no estaba seguro si podía hacerlo”, “nadie me autorizó” o “es que el gerente no estaba” son frases que describen la anatomía de la mediocridad operativa.

Detrás de ellas hay miedo, desconfianza y un hábito peligroso: el de proteger el puesto antes que la experiencia del huésped.

En ese vacío de liderazgo, el personal desarrolla una suerte de autonomía defensiva: decide sin decidir, ejecuta sin criterio y responde sin responsabilidad. El resultado es una hospitalidad errática, fragmentada, emocionalmente inconsistente.

El huésped nota el desorden antes que nadie. Percibe el desgano, la duda, el tono forzado. Y ese deterioro silencioso se traduce, con el tiempo, en pérdida de fidelidad, reseñas mediocres y, lo más grave, en una marca sin alma.

Cuando la operación se protege de sí misma

Con la intención de avanzar hacia la hospitalidad elevada.

He visto equipos que se convierten en pequeños feudos: cada uno domina su parcela, protege su rutina y evita la intervención del otro.

La supervisión, cuando aparece, se enfrenta a un muro de justificaciones, una cadena de “yo no fui” y un clima donde nadie quiere quedar expuesto. El miedo al error supera la voluntad de servir.

Ahí es donde los hechos se transforman en excusas y las excusas en cultura. El error deja de ser una oportunidad de aprendizaje para convertirse en un campo minado que todos rodean en silencio. El huésped pasa a ser un elemento incómodo: su insatisfacción amenaza la tranquilidad de la operación más que la reputación del lugar.

Cuando la supervisión es ligera, el servicio se desvanece

En operaciones boutique, donde el encanto y la personalización deberían ser la esencia, la falta de supervisión pesa más. Un servicio sin pilares no es libre: es errático. Y un equipo sin estructura no es creativo: es caótico.

Un ejemplo reciente, en un restaurante con potencial en una de las ciudades más fotogénicas de México, lo ilustra bien. Una pareja de clientes frecuentes solicitó algo tan sencillo como un sake tibio. El personal, incapaz de tomar una decisión o de asumir la responsabilidad, se limitó a negar la solicitud, a esperar instrucciones que nunca llegaron y a convertir una petición simple en una escena incómoda.

La orden de comida llegó incompleta y, como resultado de esa falta de criterio, el problema se amplificó: un tercero que intentó ayudar, intercediendo de buena fe con el bar tender y explicando en español lo que los comensales querían, terminó involucrado en el “glitch” operativo.

Estructura sólida libera al equipo, no lo oprime.

En lugar de reconocer el error y corregirlo, el equipo hizo lo que suele ocurrir cuando la supervisión está ausente: inventó una versión para protegerse. Se acusó al tercero, sentado en la barra, de haber agredido a los comensales, y se le prohibió la entrada en futuras visitas.

Uno de los dueños del hotel, cuando el tercero intentó aclarar la situación, incluso le dijo que merecía el castigo por haber intentado ayudar a los clientes, sus clientes. Todo con el afán de cubrir su propio caos operativo y justificar lo injustificable.

Ese episodio, tan absurdo como real, revela un patrón inquietante: la operación se protege a sí misma antes que proteger al huésped. Y cuando eso ocurre, la hospitalidad deja de ser un servicio para convertirse en un teatro de apariencias. Lo más grave no es el error operativo, sino la indiferencia emocional que se instala en su lugar.

Estructura: el antídoto de la complacencia

La estructura no es control autoritario. Es claridad. Es el marco que permite que las decisiones se tomen sin miedo, que el personal entienda hasta dónde puede llegar y que el huésped perciba coherencia en cada interacción.

En un entorno bien estructurado, el error se corrige en el momento, no se esconde. El liderazgo visible: ese que camina el piso, que escucha, que enseña y que protege la cultura del servicio, no solo resuelve problemas: evita que se acumulen.

Una estructura sólida libera al equipo, no lo oprime. Le da un terreno seguro para actuar, innovar y servir sin temor a las consecuencias personales.

El liderazgo debe estar presente, pero también debe construir un ecosistema que lo trascienda: un sistema vivo, con capacitación constante, un ADN operativo que dé orden y un ADN emocional que dé sentido. Solo entonces la empatía deja de ser un riesgo y vuelve a ser lo que siempre debió ser: el alma de la hospitalidad.

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