En toda organización, los colaboradores enfrentan situaciones que afectan su desempeño: un problema de salud, un duelo familiar, una crisis personal o, incluso, la falta de entrenamiento y apoyo para responder a las exigencias del puesto.

En muchos casos, la respuesta empresarial suele ser punitiva: advertencias, evaluaciones negativas, despidos. Sin embargo, este enfoque olvida lo esencial: los empleados son el activo estratégico más valioso, y su bienestar influye directamente en la productividad, la innovación y la lealtad hacia la organización.
El costo de la indiferencia. Tratar un momento crítico con rigidez puede parecer una solución rápida, pero sus consecuencias son mucho más costosas:
Según Gallup, State of the Global Workplace (2023), 59 por ciento de los empleados en el mundo se declara en quiet quitting: cumplen únicamente lo mínimo indispensable. Las principales causas son un ambiente laboral estresante, sueldos poco competitivos, un deficiente balance entre trabajo y vida personal, así como la falta de apoyo y reconocimiento.

El reemplazo de un empleado puede costar entre 50 y 200 por ciento de su salario anual, dependiendo del nivel (Society for Human Resource Management, SHRM).
Estudio de Harvard Business Review encontró que los equipos con líderes percibidos como empáticos tienen 76 por ciento de reducción en rotación voluntaria frente a los equipos donde no hay apoyo emocional.
La paradoja de la exigencia. Se espera excelencia en desempeño, pero algunas veces no se proveen las condiciones para alcanzarla. Cuando un colaborador no recibe entrenamiento ni espacios para desarrollar sus competencias, su desempeño se ve afectado y la moral se deteriora. La exigencia es colosal, mientras que el acompañamiento es mínimo.
Este desequilibrio genera frustración, errores operativos y un clima laboral que erosiona el compromiso colectivo. Por el contrario, invertir en capacitación, bienestar y flexibilidad genera un círculo virtuoso: mayor productividad, innovación y lealtad.

Un enfoque más inteligente. La evidencia es clara:
Empresas con programas sólidos de bienestar y desarrollo tienen 21 por ciento más de rentabilidad y 17 por ciento más de productividad (Gallup, State of the Global Workplace).
Las organizaciones que invierten en aprendizaje continuo aumentan hasta 37 por ciento la retención de talento (LinkedIn Workplace Learning Report).
Es decir, la empatía, el desarrollo y el acompañamiento no son un gasto “blando”, sino una decisión estratégica de negocio.
La pregunta estratégica. Si aceptamos que la excelencia depende tanto de las métricas como de las personas que las alcanzan, surge una pregunta que todo líder debería considerar: ¿Está mi empresa preparada para responder con humanidad y estrategia cuando la vida se atraviesa?